martes

DIARIO (3). Anaïs, Anaïs.


Martes, 27

Estoy leyendo ahora los diarios de Anaïs Nin. Me siento totalmente fascinada por ella, por las voces que encierra el libro, por el relato totalmente cristalino de los hechos, que construye con una disección admirable de sus causas. La admiro porque lo que dice parece verosímil y aún así me interesa. También ella cabalga entre lo real y lo simbólico, pero parece que lo hiciera sin el menor aprieto. Como si un cauce abierto en su mente la permitiera discernir y combinar a placer el exterior y el interior de sí. Cuando habla de Henry, de la manera ardorosa en que vive, su forma compacta de existencia -no de entendimiento, de existencia-, he querido tener un primer instante de empatía. "Yo también vivo así". Sólo con un segundo más, sé que eso no es cierto en absoluto. Raras veces produce en mí un estímulo directo de la realidad un cierto tipo de éxtasis. En un escenario real, yo puedo conmoverme con el comportamiento humano, disfrutar del paisaje, sentir una emoción de vocación naturalista.  Pero necesito un estímulo fortísimo para disfrutar la inmediatez, como el sexo o bien alterar mi percepción artificialmente. No encuentro un sentido oculto tras ello, lo que está presente en mi vida no me provoca realmente, yo necesito el mito, un modo personal de trascendencia. Creo recordar que antes mi sensibilidad era más directa, más a flor de piel, no sé desde que momento es la reconstrucción artística, intelectual -propia o ajena- la que me embarga rápidamente.
No es hasta que alineo cualquier estímulo con otro punto pasado o especular en mi historia, cuando encuentro el símbolo, cuando siento que hay un movimiento interior, que algo sucede, significa. El símbolo está incrustado tan profundamente en mis cosas que cada cabo suelto produce un sentimiento de angustia y disonancia pavoroso. Quisiera que mis símbolos fueran reales. Ni yo misma ni los escenarios de mi vida parecen ser suficientes per se. Racionalmente me digo que las cosas son netamente emocionantes, que soy estúpida porque sin entender todas las capas de la realidad no me intereso lo suficiente. Pero abandoné mi presente cuando era rico y completo porque quería ahondar en lo que era autónomo en mí misma. Alcanzar ese mismo discernimiento. Aún así, ahora sé que mi egoísmo obedece a comparar todo estímulo exterior como referencia de lo que me ocurre, en una forma de caótica arquitectura. Por eso necesito los diarios de Anaïs, como materia prima para mí. Me apropio de todo lo conveniente para mi trama, para mi disfunción Por eso cuando leo sobre el apasionamiento vital de Miller sé bien que la conexión que experimento no se desencadena por el paralelismo con mi vida actual, es por el encanto de ese pasado mítico, la distorsión de la realidad, fábula erigida sobre la época que ellos vivieron, que precisamente me aleja de aquí.





2 tiros de piedra:

Gabriel Noguera

Perseguimos el mito como perseguimos la juventud (y vuelvo a citarme).

Rai

Una apreciación muy inteligente. Tomo nota del libro.

Saludo

castígame con tu indiferencia.