martes

ESTAR EN EL MUNDO

Qué bonita la modestia de los bares por la mañana, de los bares donde que la vida sea hoy sea como siempre, que no sea como en las películas, se agradece por una vez. Que se palpe tan impuesta como la dictadura la misma rutina de ayer que se nos viene encima, ésa que por encanto hoy es más costumbrista que de costumbre. Y no conseguir tomarla con el hormiguero, para que sea esa misma rutina esta vez menos enfermedad crónica en favor de un alivio de los cristales tintados de indolencia de desde que no puedo ser nadie.
Me he ido fabulando ciertas cosas pequeñas que se me manchan y se ahogan pronto en el café. Darle la vuelta hoy ciclo del sueño ha querido ser una tregua tocada de amanecer -tenía que ser un amanecer, era esa metáfora apetecible después de tanto atentado insomne.

La esperanza tenía mucha mejor acústica en mi cabeza que fuera, donde baja la voz y pierde coraje: me hace parecer una chica que mete la mano en el estúpido saco de lentejas y se sonríe. Pero he pensado que las faldas de la camisa del camarero bailaban en el aire de la calefacción como las de Marilyn, y la calle me ha parecido a medio vestir de tráfico, como una amante a la que se espía con consentimiento travieso. De esas de tirar de agenda en el último momento desesperado.
Me he querido sentir definitivamente. Más incomprendida de forma agradable, o algo conmovida o complacida, consentida en la facilidad de obviar preguntas que me hago, y que seguramente por demás serán inútiles. Me he vuelto a casa mirando la porquería del suelo, casi mejor lo apunto todo, me he dicho, que no se me olvide la tentación de tener sentido.



3 tiros de piedra:

castígame con tu indiferencia.