diario
la verdad es que paso mis cumpleaños
pensando en algún protocolo a seguir.
diario,
umbilical
(ya hace un mes, ahora realmente está latente)
13 de agosto
Esa sensación de no poder asirlo todo. De caer con la noche. De que siempre hay estímulos, premeditaciones que fluctúan bajo la dermis, inasequibles pero dejando constancia de un desasosiego, una frase que se pierde al escribir. Algo que se deja de hacer, quizás ya para siempre. Ahora leo a Deleuze, es malo hacerlo antes de dormir. Me he estado planteando, mientras unos cabos se liberan y nociones nuevas se injertan, la necesidad de reflexionar un sistema. Engancho esta lectura menos afín a mi intuición que el primer diario (de Anaïs), más atravesada. Otra modulación, un continuo interrogatorio. Conversaciones instala espacios de meditación de muchas de mis ideas previas en su recorrido, el rigor transversal a la lectura es cuestionar cuáles son adquiridas y cuales son propias, y de todas éstas cuáles deben ser reformuladas. Es un libro especulativo. En sí una máquina de guerra.
Toda la superficie de mi pensamiento hendida por sus incisiones, una caterva de signos de interrogación agudos aún cuando no estoy siendo meticulosa en la lectura, tan sólo en pasajes imantados, que llegan a las pequeñas dársenas o grandes puertos de mi consciencia. También querría quedarme a vivir en este libro, es otra modalidad vital. Cada lectura estos días se convierte en una casa.
(...) El reino desde mi vuelta es para mi condición de mujer. La idea de que vivir este mundo como mujer es vivirlo más específicamente, en un foco más agudo -vagina-, quizás más lateralmente. Vivir en un aparte de existencia. Aquella noche en Granada sentí la gravedad de decir “siempre quise ser un hombre”. Este ha sido un presentimiento simultáneo desde que puedo recordar, mutante, superviviente. Ahora planteo su indispensabilidad: bordeo los límites de su herencia, de su naturalidad. Toda esa concepción de que la sensualidad femenina ha de ser adaptada constantemente a todo lo intelectual, reconciliada palmo a palmo. Esa impresión subyacente de que las mujeres no tenemos ojos, de que yo-mujer vivo ciegamente.
diario
30 de Julio
[fragmentos casi inocuos de niña repelente]
Todo mi cuerpo está sometido a una tensión sólo elástica al curso de los acontecimientos. En él siempre encuentra nuevos refuerzos, nuevas trincheras y bastiones sobre los que reafirmarse en el asedio. Encuentro nuevamente taras en mi forma de ser. La neurosis. Busco defecto fundamental como quien busca el trauma. La grieta, la falla. No debería hacer eso. Y al decir esto, formulo un nuevo inconveniente. Ando así siempre perdida en la vaguedad, la espiral abstracta y mis frases necesitan de un gran esfuerzo por ser segmentos, por ser vectores precisos de punta afilada. Serpenteo como un río sin privarme de la cadencia de cada meandro, ráfagas de emoción sensible, hasta el hilillo de saliva mudo.
D. me dijo también que le gustaba mi forma de escribir, pero “es demasiado poética”. Me deshago en la superficie emotiva de las circunstancias. Este verano quise concentrarme en la pintura, la pintura de estudio y caballete, de laboriosa intimidad técnica. Pictóricamente me siento agotada. Vacía. Inconstante. Es preciso alejarme del poema. Es preciso, al menos, dejarlo en la pintura y volver a las calles comerciales, al corazón de la ciudad. Mientras conversábamos D. y yo en la terraza alta del local, de anécdotas y abstracciones, del paralelismo vital que nos encontramos y una pulsión al desdoblamiento hasta lo ciclotímico, enormes pompas de jabón volaban sobre nuestras cabezas.
Noto, incluso ahora, al escribir, que convoco animales alquímicos, huidizos, una concentración atmosférica que a la menor interrupción se disipa en el humo y en el aire. Éste es el único momento en que vivo el presente por mí misma, dentro del mundo especulativo que acumulo, dentro de la pompa de jabón enorme , henchida por algún caldo de cultivo de condición precaria. De mí misma tengo un dominio nulo, consentido antes, y que pareciera imposible equilibrar ahora (...)
diario
Martes, 27
Estoy leyendo ahora los diarios de Anaïs Nin. Me siento totalmente fascinada por ella, por las voces que encierra el libro, por el relato totalmente cristalino de los hechos, que construye con una disección admirable de sus causas. La admiro porque lo que dice parece verosímil y aún así me interesa. También ella cabalga entre lo real y lo simbólico, pero parece que lo hiciera sin el menor aprieto. Como si un cauce abierto en su mente la permitiera discernir y combinar a placer el exterior y el interior de sí. Cuando habla de Henry, de la manera ardorosa en que vive, su forma compacta de existencia -no de entendimiento, de existencia-, he querido tener un primer instante de empatía. "Yo también vivo así". Sólo con un segundo más, sé que eso no es cierto en absoluto. Raras veces produce en mí un estímulo directo de la realidad un cierto tipo de éxtasis. En un escenario real, yo puedo conmoverme con el comportamiento humano, disfrutar del paisaje, sentir una emoción de vocación naturalista. Pero necesito un estímulo fortísimo para disfrutar la inmediatez, como el sexo o bien alterar mi percepción artificialmente. No encuentro un sentido oculto tras ello, lo que está presente en mi vida no me provoca realmente, yo necesito el mito, un modo personal de trascendencia. Creo recordar que antes mi sensibilidad era más directa, más a flor de piel, no sé desde que momento es la reconstrucción artística, intelectual -propia o ajena- la que me embarga rápidamente.
No es hasta que alineo cualquier estímulo con otro punto pasado o especular en mi historia, cuando encuentro el símbolo, cuando siento que hay un movimiento interior, que algo sucede, significa. El símbolo está incrustado tan profundamente en mis cosas que cada cabo suelto produce un sentimiento de angustia y disonancia pavoroso. Quisiera que mis símbolos fueran reales. Ni yo misma ni los escenarios de mi vida parecen ser suficientes per se. Racionalmente me digo que las cosas son netamente emocionantes, que soy estúpida porque sin entender todas las capas de la realidad no me intereso lo suficiente. Pero abandoné mi presente cuando era rico y completo porque quería ahondar en lo que era autónomo en mí misma. Alcanzar ese mismo discernimiento. Aún así, ahora sé que mi egoísmo obedece a comparar todo estímulo exterior como referencia de lo que me ocurre, en una forma de caótica arquitectura. Por eso necesito los diarios de Anaïs, como materia prima para mí. Me apropio de todo lo conveniente para mi trama, para mi disfunción Por eso cuando leo sobre el apasionamiento vital de Miller sé bien que la conexión que experimento no se desencadena por el paralelismo con mi vida actual, es por el encanto de ese pasado mítico, la distorsión de la realidad, fábula erigida sobre la época que ellos vivieron, que precisamente me aleja de aquí.
diario
Martes 27
Después de comer cronometro la medida exacta del purgatorio. Todas las buenas intenciones de la mañana caen ridículas en el patrón que les di antes del almuerzo. Se acaba el tabaco, además. Me quedo en blanco. Vienen la caballería de fantasmas de la siesta, del pasado verano y de las futuras navidades. La posibilidad de llegar a la caída del sol con la dignidad intacta adquiere dimensiones de hazaña épica. Mi estómago es incapaz de digerir la realidad y la comida de mi madre a un tiempo así que me quedo flotando tendida en el piso de arriba sin hacer nada. Para las sombras incendiarias de la persiana, que mal disimula el calor, soy presa fácil. Me hago la muerta. Desde las profundidades del salón dos plantas más abajo surge una ballena asesina me separa la cabeza del cuerpo, y ésta echa a rodar hasta la playa. O no.
O me quedo allí hasta que me puede no saber si es mi dificultad o tu ligereza emocional la que más me molesta. En cualquier caso temo. Tengo un agujero en la cabeza, un agujero en la cabeza y me voy a pudrir en la orilla.
diario
Je suis presque pressée de vivre dans le noir, noir. Aujourd'hui, les choses sont des flammes floues qui s'agitent devant mon oeil. Et j'en ai marre.
"Les amants du pont Neuf", Leo Carax
Lo que te quiero decir es que sí hubo una historia de amor. Cierto que era imposible por nuestra propia incapacidad, pero diremos entonces que era una historia de amor imposible. De pronto me ha parecido casi fílmico que todo se viniera a trompicones: montaje de director danés. La primera vez que nos quisimos fue un día que los dos llevábamos el paso cambiado y caímos en desorden, sin propósito ni remedio. Porque por encima de todo estaba el caos, el de cada uno y el común, que hacía fluctuar nuestra historia en volutas de humo, planos de detalle a veces. Atento a imaginarnos así, coincidentes y torpes en un cuarto, los dos estamos mal y estamos los dos juntos varados. Es decir, sin un sentido, y ésta era la piedra de toque. Creo que la idea de destino se ensimisma como nunca en la pareja, es un requisito imprescindible del sistema además. El destino para los que están solos es algo disparatado, pero en una pareja está pleno de sentido. Ahí es un proyecto de vida común, una imagen ideal de la pareja que motiva su existencia: si el caballo se mueve es por la golosina que tiene ante los ojos, lo único que ve. Esto es lo conveniente.
Lo que quiero decirte es que éramos como caballos con los ojos salidos de las órbitas. La falta de un destino era el motivo común, desbocados como estábamos. No por falta de anzuelos, tuvimos dos y tres desesperados futuribles, y de algún modo esa cotidianidad agradable caminando de puntillas a la luz del faro: ahora luz, ahora penumbra, luz, penumbra. Siempre amanecíamos esparcidos aquí y allá, en otra perspectiva desde la que remontarse con otra idéntica arrítmia. Bueno, olvidémonos de Tahití y de las galerías de Nueva York, de los días de vino y rosas. Pero una vez yo cocinaba y me abrazaste por detrás y sentí que era lo justo. Hay una simpatía natural, crucial y poco consistente, así que a menudo es extraño no cogerte la mano. Lo que quiero decir es que he visto una constelación desde aquí. El cielo tiene el grano de una película muda y además he unido las cruces de cada posibilidad que tuvimos y es una figura sin referentes. Lo que digo es que mirábamos la tramoya.
diario,
umbilical
Tú me querías,
yo te despreciaba por rebajarte de esa manera.
diario,
umbilical
Miércoles 24.
(...) Escribir con el deseo de refutar todas mis teorías, mirar debajo de todos los planos de este cuadro cubista. Tengo la sospecha clara: voy a sorprenderme en mitad del mecanismo carnal, aún adolescente. Escribir con el deseo profundo de estar equivocada en todo, con este corrector último de mi naturaleza, proyecto la sombra sobre lo que no sé, que se me escapa. Con el deseo de que me violen la intimidad y me vengan a decir cuánto hay de real en esta galerada de espejos mía. Si estar tan sola me habrá conducido a las puertas del orfanato literario donde tiendo, ya seguido, a comportarme como una ficción:
y qué haría mi personaje ahora, yo sé que tengo esta pregunta sepultada.
Viernes 2
(...) Y bien, ya estoy en la playa y sigo sin poder dormir. Retrasando el momento de escribir porque, simplemente, podría decir cualquier cosa: mejor ir todo el día dejando que se me vayan escapando las ideas sueltas, aparecidas de helio y de repente, por un sumidero cetáceo, desagüe en medio de la cabeza. Para poder respirar de la atolondrada insistencia de querer decir, que se deshagan todas mis palabras como algodón de azúcar, hago como que no tienen importacia. Y no.
Es que no me vale cualquier cosa: tirar con instinto de los hilos, más aún, que vayan a tirar ellos de mí: marioneta encadenadísima a la idea-cometa que se eleva. Es dejarse hacer por el primero que pase.
Mal que bien. Casi. Qué desencanto.
Mi autoayuda, mis lecciones de emociones pequeñas, pasada por la pretensión de la literatura, y lógico que después sólo la pueda negar en redondo.
Cualquier movimiento pasada esta línea, cualquier cosa que escribo es un preludio eternizado sobre el hecho de sentarse a escribir, su mecanismo gramático en espiral, mi autopsia infinita o el recreo hedonista en las imágenes (mis imágenes, biombos chinos que apenas insinúan mi silueta). Y qué motivaciones, qué necesidad nuclear y no accesoria, sin más destino ahora que retrotraerme hasta el absurdo, sólo faltaba, y venir al cadalso de la noche a escribir que ya sólo escribo sobre la necesidad de escribir.
Y no, no todavía. ¡Es que ya no me vale cualquier cosa!
diario,
umbilical
Blanco radiante como el de la novia. Tener la pantalla así delante y estremecerse, con la idea loca de agarrar por un estremo la página virtual y arrugarla y tirarla a la papelera, como el mismo Barton Fink deshaciéndose de tantos cadáveres, de tanta tentativa blanquísima en la máquina de escribir gritando "qué miedo, qué miedo horrible". Debería ser de esta manera: volarse la tapa de los sesos frente al papel y dejarlo todo perdido de ideas encarnadas (en literatura), de sangre de este goteo más recurrente que el mensual, no menos visceral, no menos inevitable.
Escribir no se acaba nunca, hay frases que te atacan por la espalda, hay palabras que crees que sólo tú puedes asir de esa manera, encajadas enteras en las cuencas de los ojos, hay versos de otros que confundiste con tu timbre ronquísimo. No se muere nunca el narrador, todo lo pervierte, simula el ruido de cerrar la puerta tras de sí y aún se queda, insidioso y siamés, haciendo de tu vida un cuento chino. Un cuento que te va apuntalando con su voz tuya desdoblada, y es eso lo que asusta, tener la pantalla así delante, y estremecerse, pensar que quizás esta vez no te deje compartir.