miércoles
TRAMOYA
umbilical
2
- Ahora mismo no necesito a Nadie, necesito a Cualquiera.
En el mejor de los casos, el artista hace lo que puede en lugar de lo que quiere.
Louise Bourgeois
Louise Bourgeois
- Ahora mismo no necesito a Nadie, necesito a Cualquiera.
Están juntos en la habitación enorme, dormidos. No se van a enfadar si les parte un rayo de sol el último abrazo con esta muestra gratuita de primavera.
En la cama un contrapposto de posturas suave, equilibrio de curvas praxitélicas. Los amantes toman notas uno frente al otro, apuntes del natural sobre los mecanismos del mundo después de tener sexo, y sus opiniones más que chocar se solapan levantando un sedimento, sentando bases. De lo que no saben se van dando cuenta entre ellos, en su orogénesis espontánea.
Luego cae desde tan alto el azul noctívago del cielo, si se incomodan se llenan de café la tripa y el humo les nubla el juicio sacándoles de lo común los sentidos: las palabras se ofrecen dóciles como las niñas apenas sin tetas. Podrían hablar durante horas de cualquier cosa, y están bien atados a la cabecera para no perder el norte, exploran el pliegue de la sábana y los recodos de la conversación. Se les calienta la lengua. Destilan movimientos depurados, hasta que alguno hace algún gesto sucio, contaminado -cotidiano-, el tiempo se reanuda y la vida ya no es una película europea. Se acuerdan de repente de que no son inmortales.
Ya no hay modo de saber si es algo es cierto, y alguna vez piensa que las palabras son más irremplazables que las personas. Sólo se sabe que hoy están juntos.
En la cama un contrapposto de posturas suave, equilibrio de curvas praxitélicas. Los amantes toman notas uno frente al otro, apuntes del natural sobre los mecanismos del mundo después de tener sexo, y sus opiniones más que chocar se solapan levantando un sedimento, sentando bases. De lo que no saben se van dando cuenta entre ellos, en su orogénesis espontánea.
Luego cae desde tan alto el azul noctívago del cielo, si se incomodan se llenan de café la tripa y el humo les nubla el juicio sacándoles de lo común los sentidos: las palabras se ofrecen dóciles como las niñas apenas sin tetas. Podrían hablar durante horas de cualquier cosa, y están bien atados a la cabecera para no perder el norte, exploran el pliegue de la sábana y los recodos de la conversación. Se les calienta la lengua. Destilan movimientos depurados, hasta que alguno hace algún gesto sucio, contaminado -cotidiano-, el tiempo se reanuda y la vida ya no es una película europea. Se acuerdan de repente de que no son inmortales.
Ya no hay modo de saber si es algo es cierto, y alguna vez piensa que las palabras son más irremplazables que las personas. Sólo se sabe que hoy están juntos.
Callados como putas:
castígame con tu indiferencia.