viernes
DIARIO. fragmentos
diario, umbilical
Blanco radiante como el de la novia. Tener la pantalla así delante y estremecerse, con la idea loca de agarrar por un estremo la página virtual y arrugarla y tirarla a la papelera, como el mismo Barton Fink deshaciéndose de tantos cadáveres, de tanta tentativa blanquísima en la máquina de escribir gritando "qué miedo, qué miedo horrible". Debería ser de esta manera: volarse la tapa de los sesos frente al papel y dejarlo todo perdido de ideas encarnadas (en literatura), de sangre de este goteo más recurrente que el mensual, no menos visceral, no menos inevitable.
Escribir no se acaba nunca, hay frases que te atacan por la espalda, hay palabras que crees que sólo tú puedes asir de esa manera, encajadas enteras en las cuencas de los ojos, hay versos de otros que confundiste con tu timbre ronquísimo. No se muere nunca el narrador, todo lo pervierte, simula el ruido de cerrar la puerta tras de sí y aún se queda, insidioso y siamés, haciendo de tu vida un cuento chino. Un cuento que te va apuntalando con su voz tuya desdoblada, y es eso lo que asusta, tener la pantalla así delante, y estremecerse, pensar que quizás esta vez no te deje compartir.
Escribir no se acaba nunca, hay frases que te atacan por la espalda, hay palabras que crees que sólo tú puedes asir de esa manera, encajadas enteras en las cuencas de los ojos, hay versos de otros que confundiste con tu timbre ronquísimo. No se muere nunca el narrador, todo lo pervierte, simula el ruido de cerrar la puerta tras de sí y aún se queda, insidioso y siamés, haciendo de tu vida un cuento chino. Un cuento que te va apuntalando con su voz tuya desdoblada, y es eso lo que asusta, tener la pantalla así delante, y estremecerse, pensar que quizás esta vez no te deje compartir.
Callados como putas:
castígame con tu indiferencia.