miércoles
EN LA SALA DE FUMADORES segunda parte
umbilical
El extranjero que me había estado mirando se acerca hasta mi orilla, y me pregunta si soy de Granada. Si busco trabajo. Titubea, al final decide preguntar cuánto cobro. Me resuellan los pulmones hasta soltar una gran nube de polvo, al modo de dos viejos acordeones que hubieran estado durante años en un cuarto cerrado con llave. Le digo amablemente que se equivoca, que yo suelo follar gratis y que no gracias, que estoy esperando a un amigo. Cuando se da la vuelta me meto dentro suya por la espalda, dentro del tipo que quería sacarme la ropa probablemente en los aseos, sólo por ver cómo a sus ojos una chica con una camiseta grande para su talla y pantalón a las rodillas, con el corte de pelo de un niño y un libro en la mano, puede ser una joven putita que se pasea desesperada por la estación buscando solucionar sus problemas. Pienso al final que después de todo, no tiene tan mala vista, porque ya es casi la hora y sé que no vendrás aunque me figuro todo el rato tu cabeza rodando por el pasamanos de la escalera mecánica. Pienso, sin desprecio, que no eres tu quien para que te requiera en mis fabulaciones.
Cómo el tiempo te habrá civilizado de esa manera, pienso en mi papel de puta universitaria en los ojos de todos los viajeros durante el tiempo último de descuento. Si alguna vez habrás tenido el mismo desorden vital que yo busco para sentir que soy libre. Si habrás intuido que han sido tuyos los párpados de los ojos de mis huracanes. Que no sabes la manera retorcida que tengo de aspirar a algo puro, si hasta sonrío a los niños. Ni como me enferma cada una de las imperfecciones de mi piel al levantarme ni como cada uno de los días de mi vida me tengo que reconciliar con ellas y ya soy una enferma orgullosa al caer la noche. Nada tampoco de que necesito vivir en suspenso, en la cuerda floja de la ficción, porque la realidad es un monstruo de mil cabezas y siempre siento la responsabilidad de conversar con todas, un proyecto de cualquier punto inabarcable, para volverse loco de duda. Ni sabrás, porque te he aplastado junto a la colilla a los pies del autobús que ya se marcha. Ahí quedas, te despido y me vuelvo a casa con las manos sucias de pólvora.
Callados como putas:
castígame con tu indiferencia.